Thursday, March 4, 2010

Un serruchazo por Haití - Javier Román (2 de febrero de 2010)


(Agradezco a Javier Román por compartir este lúcido análisis.)

“No es que los media se hayan orientado en determinado momento hacia el sensacionalismo para así vender mejor su producto y se esfuercen artificiosamente en convertir en hechos trascendentales meras trivialidades, es que ya no hay nada trivial, y hasta el más irrelevante detalle de la cotidianeidad puede resultar atroz si no se le recubre inmediatamente con el bálsamo de una historia [...] de una ficción, si no se hace narrable, si no deviene documento [...] todas las semanas ocurren tantos «grandes acontecimientos», se firman tantos «tratados históricos» y aparecen tantas «obras maestras» del arte y la literatura (o bien cada cual anota tantas vivencias trascendentales en su diario íntimo) que no podemos recordar, a la semana siguiente, ni uno solo de estos «sucesos históricos»; [...]”

José Luis Pardo
La Intimidad

Me apresuro en abordar el tren del comentario sobre éste “terremoto mediático”, como le llamó otro pasajero—a falta de evento real en nuestro entorno—antes que prosiga rumbo al anunciado destino del olvido. No recuerdo escándalo o evento mediático similar a éste desde las fotos de una tal Zuleika que circularon en Puerto Rico a mediados de los noventa: una supuesta estudiante del Recinto Universitario de Mayagüez fotografiada posando desnuda, “en cuatro”, mirando risueña a la cámara. Todos comentaban la imagen aquel entonces: ¿sería real? ¿era manipulada? ¿por qué fue publicada? ¿cómo conseguir la versión sin censura? El efecto inmediato de aquella apoteosis fue la vertiginosa entrada de la Internet por dial-up al hogar boricua y la aceptación de la pornografía como un animal endémico del nuevo hábitat tecnológico.

El escándalo de las fotos tomadas por la delegación de médicos que el Senado de Puerto Rico envió a Haití tras el terremoto no escatima en su importancia histórica, e introduce finalmente en el imaginario popular la existencia de los “social networks” (específicamente Facebook), como medios de comunicación instantáneos, ajenos a los regímenes de poder de los editoriales y las juntas de accionistas de los periódicos, a los directores de programación de los noticieros y al control del poder partidocrático. Algo nada nuevo para los ciudadanos de países como Irán, Honduras o Guatemala, donde han venido usando Facebook y Twitter para comunicarse por sobre la veda de las emisoras oficialistas. Aquí, como con todo lo demás, las noticias de esta nueva frontera de la comunicación han llegado tarde (y de qué manera).

El efecto devastador de éste evento sobre el imaginario puertorriqueño no radica tanto en el contenido de las imágenes por sí solas, sino en su perversa relación al discurso predominante sobre Haití que se venía construyendo en los medios tras ocurrir la catástrofe: que somos un pueblo mimado por “Papito Dios” y por ende tenemos que ayudar al vecino pobre (que ni recordábamos existía) y que, en hacerlo, expiamos cualquier culpa sentida sobre tener tanto (mientras el vecino no tiene nada). Las fotos publicadas en Facebook, en particular la del médico sonriente, serrucho en mano, presto a amputar la extremidad de una víctima, representa una inversión discursiva sobre lo anterior, un momento de dialéctica pura donde cada individuo, en cada discusión de mesa, cocina, sala o calle, ha tenido que hilar su propio pensar sobre lo ocurrido (todo el mundo ha tenido algo que decir). No recuerdo en Puerto Rico imágenes que hayan desatado tanta discusión a tantos niveles, mucho menos mundialmente. Ni el vídeo del policía matando a un hombre indefenso, ni el de la parejita de menores teniendo sexo, ni cualquiera de las peleas escolares: ningún evento mediático ha tenido una resonancia como el presente. El terremoto en Haití no sólo ha puesto en el mapa al olvidado país, sino que ha introducido una conciencia (probablemente temporera) de que el Caribe es algo que existe más allá del horizonte de los cruceros. El serruchazo por Haití ha yuxtapuesto a los puertorriqueños con los haitianos: la mas infantil opulencia con la mas absoluta miseria. En medio del “Abrazo caribeño por Haití” nos hemos encontrado con un espejo de lo que somos actualmente, como pueblo, como sociedad. Y lo que hemos visto, a juzgar por las reacciones, no es lo que nos gusta pensar que somos. Por ello la inicial y avasallante náusea moralista: ¿cómo va a ser? ¿cómo es posible esto que ven mis ojos? Las imágenes sabotearon la función básica de la caridad, impidiéndole ser antídoto para la enajenación que causa nuestra propia forma de vida. La redención que preludiaba nuestro cómodo olvido fue quebrantada, ahí radica su shock social: el guión fue interrumpido y ahora debe proseguir, intacto.

La moral simplista se apresuró a parchar la fisura: redujo lo ocurrido a la presencia de un Black Label en las manos de quienes fueron a salvar vidas y ayudar al prójimo, a la vez que demonizó que los frat boys se hayan fotografiado queriendo jugar a los soldados (y a los soldados reales que se aprecian visiblemente incómodos en las fotos con las armas). Se ha limitado el incidente al desafortunado acto de unos pocos “pervertidos” que tuvieron la “mala pata” de fotografiarse con indumentaria de trabajo y publicar las fotos (en Facebook) como si fuera su última despedida de año en Culebra. Solo que en éste caso, el mundo entero las vió: la propia falta de sentido común nos ha hecho tropezar con el mundo que existe más allá de nuestro ombliguismo insularista. En la reducción moralista, la mirada de los medios aparenta haber sido intervenida por the powers that be, y de nuevo el guión continuará enfatizando a quienes hacen la labor “dignamente”. El bochorno planetario se reducirá significativamente: damage control for the Commonwealth of Puerto Rico. El ciudadano común repetirá el mantra: “le dimos la mano al vecino que tiene menos”, “somos buenos y bendecidos”, y así resumirá su rutina habitual de lechoneo, bayoya gasolinera y consumismo estúpido con el que participa del gozo poderoso de la puertorriqueñidad (“yo soy boricua pa’que tu lo sepa”). Nos amanecemos en la fila inaugural del nuevo Krispy Kreme esperando las dádivas aspiracionales del progreso, mientras los Haitianos se matan por las migajas que les tiramos desde helicópteros militares. Esta es la dialéctica pura y visceral del serruchazo. Haití y Puerto Rico, de un ave la misma mierda: un territorio deforestado donde la cultura “ha muerto” pues nada puede ser cultivado (donde no hay excedente), y otro donde lo único que se ha cultivado ha sido cemento, asfalto y consumismo mantenido (un excedente irreal). Nuestra cultura es igualmente fallida y moribunda, dado que existe artificialmente, sin una realidad material que la sustente. Y aún en el acto de dar floreció nuestra opulencia: nos sobraba ropa, viniendo en la catástrofe tantas otras cosas antes del vestir (comer, hidratarse o evitar desangrase). McDonald’s donaría unos centavos por cada Big Mac: aún comiendo chatarra ayudábamos a los hermanos necesitados. ¡Ayudar nunca había sido tan fácil! Bastaba con no salir de la rutina (sigamos con el guión). Tan lejos de Haití y tan cerca de la catástrofe.

Por ello, la reducción moralista a “unos cuantos perversos” debe ser rechazada, pues el evento nos ha mostrado algo mucho más profundo, mucho más poderoso y abarcador: una ventana a la distancia que existe entre nuestra realidad material y nuestro imaginario político, ético, cultural, en fin, a ese abismo que separa el “ser puertorriqueño” de su realidad material. El serruchazo ha amputado esa inocencia, ya no somos el jíbaro noble ni la tríada racial en armonía del sello del ICP.

Por otra parte, los snobs cínicos repiten: los medios presentan cosas peores todos los días, entonces ¿cuán erradas son estas imágenes? Pero éstas no son fotos del último puertorriqueño muerto en la carretera, sino las de un vecino caribeño al que fuimos a ayudar, desnudo, en cama, esperando ser atendido, habiendo perdido una extremidad o varios familiares. ¿De cuántas maneras se puede explicar lo jodido de haberlo fotografiado para llenar un álbum? Ni hablar de las implicaciones legales de haber hecho lo mismo aquí. Otros recurren a la compasión cuando hablan del “esparcimiento necesario”: dicen que la ayuda prestada es un tema cuantificable (dada la ausencia de “fatalidades” en la labor de los médicos) y que el gozo posterior es normal y necesario para el trabajo de los médicos en función del relajamiento. Nada más cínico e inocente que asumir esta posición. Solo faltó una visita a la playa y una foto con una stripper para coronar la imprudencia de celebrar a pasos de tanto dolor.

Pero, las posiciones anteriores cargan todas con el olvido de que la humanidad del cuerpo y sus derechos son algo otorgado o extirpado por los hombres. La espectacularización de las fotos publicadas no se limita a “documentar un momento de trabajo” o a “mostrarle a los amigos en Facebook lo que hice”, que es como otros han querido taparse los ojos: hay un componente deshumanizante y hasta racista en fotografiar los cuerpos de las víctimas del terremoto de la manera que se hizo, algo que remite al cuerpo en el campo de concentración; la deshumanización total, el vaciamiento del cuerpo más allá del simple desapego “profesional” del cirujano en función de “operar”. En ese pretender que el cuerpo es sólo un souvenir fotografiable, un trofeo para mami y papi, los puertorriqueños hicieron que esos haitianos dejaran de ser personas. La sonrisa que acompañaba los cuerpos desnudos, amputados, abatidos por la tragedia, era la misma que pudiera estar al lado de un cuerpo disfrazado de Mickey Mouse. Olvíden Abu Ghraib, ¿qué hubiera sido del holocausto si los fascistas hubieran tenido Facebook?

Éste ha sido el serruchazo por Haití: la revelación de que no tenemos el más mínimo respeto por la vida y la humanidad, la conciencia de que abunda entre nosotros la más vil insensibilidad, el peor de los bestialismos boricuas. Como apunta un amigo: la infinita capacidad de gozar aún en el peor de los momentos, una voluntad absoluta al gozo. Eso es ser puertorriqueño en el siglo XXI, la misma cualidad precisamente que nos tiene donde estamos, indolentes ante el sufrimiento ajeno, e incapaces de ver el nuestro. En esto, compartimos bastante con las elites de muchos de los países latinoamericanos que se apresuraron a repetir como papagayos la noticia en sus periódicos. ¿Cómo no hacerlo?, si la historia es fiel a la caricatura que tienen de los puertorriqueños como gritones-vulgares-casi-gringos. Pero la estirpe de semejante clase médica bien pudo haber venido de cualquier república centenaria de éstas, tan llenas de cultura y tan vacías de compasión por sus propias gentes. Por lo mismo es ilusorio imaginar que lo ocurrido es una patología del estatus territorial de Puerto Rico. Resulta una estupidez pensar que fue un tema del partido en turno como diría cualquier fundamentalista de la partidocracia (de hecho uno de los doctores involucrados es un miembro activo del partido de “oposición”).

La deshumanización del cuerpo es la patología facilitadora del serruchazo por Haití y, a fin de cuentas, la dimensión que nos arroja al vacío banalizador de la cultura global de masas en la que otrora participábamos pasivamente o a través de su sistema de estrellas de farándula. Esta vez, somos los protagonistas de un reality show que nos negamos a ver: Puerto Rico, un Truman Show en el Caribe donde los demás actores son el mundo entero. ¿Aceptaremos la conciencia del abismo ahora latente, entre lo que creíamos ser y lo que realmente somos? Ni en ésto debemos limitar nuestra mirada a lo “especiales” que somos. “Fiat ars, pereat mundus” (hacer arte aunque el mundo perezca), mencionaba Walter Benjamin como máxima del fascismo en el más famoso de sus textos del período entre guerras. Básicamente se refería a la autoalienación que produce el fascismo para la humanidad, que así ha “alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”.

No fue el licor en la juerga, sino la imprudencia de su destiempo. No fue lo inmoral de las poses, sino la ética de lo fotografiado. No fue el cuerpo del trabajo, sino el cuerpo deshumanizado. Eso ha sido el serruchazo por Haití, un reality check de la profunda enajenación donde estamos parados como pueblo y la complicidad gozosa que mostramos en ello. Tocará ver si, como con todo, nos olvidaremos de la vergüenza en nuestra eterna alienación caribeña, o si tendremos que esperar la catástrofe antes de madurar. En el contexto del espectáculo global, parecería que estaremos más cómodos gozando. Al final del día, ¿se nos hará mas fácil seguir el guión?

1 comment:

  1. nene este ensayo es un tiro perfecto! no se te quedo ni un granito afuera del plato... gracias Iván!

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