Agitada las pencas de las palmas, el mar golpeaba brutalmente la costa y las destellantes luces del estadio iluminaban el escenario. El espectáculo comenzaba, sus imágenes navegaban millas físicas e inmateriales para cegar la mirada anonadada de los espectadores. Sus cuerpos golpeados por la furia de los vientos se interpusieron para elevar una tela pintada que leía: "Tarjeta Roja para el Gobierno de Puerto Rico". Entre el estupor de los aplausos y la gravedad de los abucheos, estos jóvenes deportistas decidieron hacer pública su inconformidad con el actual gobierno del país. Tan pronto levantaron su telón crítico transgredieron el imaginario (1) público de lo que debe ser un atleta y transformaron el estadio deportivo en un foro público, en un ágora.
Son muchos, incluyendo al gobernador Luis Fortuño, los que han repetido irreflexivamente la trillada frase de que "la política y el deporte no mezclan". No están más lejos de la realidad.
El atleta, en nuestra sociedad, es visto como el ciudadano ejemplar, como lo que el pueblo puede lograr mediante la virtuosidad de la disciplina, la práctica y el talento. Su comportamiento en la sociedad debe ser, al igual que su performance como deportista, digno ejemplo del honor. Cada año que anuncia la celebración de algún evento olímpico, re-produce y distribuye la ansiedad entre todos los espectadores. Esa ansiedad de ver lo que no podemos, pero queremos ser. Como si se tratara de dioses que descienden al espacio terrenal para deleitarnos con sus poderes, los deportistas nos embelezan con sus proezas y sus súper(humanas) habilidades.
Pero, ¿cómo la política y el deporte se vinculan? Leído como un evento cultural, el deporte representa las relaciones de poder de una sociedad. El Estado está comprometido a invertir y contribuir en la construcción del imaginario de lo que es un deportista, pues éste constituye el modelo ideal para la ciudadanía: disciplinado, sometido y subordinado a una autoridad (el entrenador, el Comité Olímpico, el presidente de la federación deportiva, etc.), responsable y talentoso. Subordinado a la autoridad del Estado, el ciudadano reconoce y se somete al dominio político siendo disciplinado y respetando las leyes. Siguiendo el ejemplo nacional del atleta, el ciudadano se identifica con esa comunidad nacional representada por el deportista.
No es una cuestión de que primero vino el deportista y luego el ciudadano, sino apunto a esa relación dinámica de creación/identificación nacional por medio del deporte. Es que mediante el deporte se con-forman y se manifiestan las lealtades citadinas, regionales y, sobre todo, nacionales. Discursivamente, entonces, todo atleta genera deseo en el espectador, ese interés de formar parte de la comunidad (citadina, regional o nacional) que el deportista representa. De esta manera, el deporte se configura como un espacio de representación de las dinámicas sociales y las relaciones de poder.
Escena de Invictus (2009).
Los atletas que protestaron este domingo (18 de julio de 2010) en la apertura de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, 2010, han identificado, consciente o inconscientemente, todo este proceso de producción de imaginarios. Mas, transgredieron varias de las características fundamentales del ciudadano ejemplar que suponen representar: el sometimiento a la autoridad política y la disciplina. Con su transgresión crearon un nuevo límite, una "nueva" característica para el atleta.
Estas transgresiones llevaron al Comité de Disciplina del Comité Olímpico de Puerto Rico a emitir una resolución para disciplinar la conducta de los atletas reclamando que éstos deben "adherirse a las más estrictas normas de comportamiento, evitando manifestaciones que en lugar de unirnos resulten divisivas". La imagen, socialmente construida, del atleta como ejemplo del ciudadano modelo se viene abajo porque estos atletas transgredieron la mordaza de la disciplina y, en silencio, hicieron retumbar los cimientos de la autoridad política del Estado. Cual hijo que se rebela contra sus padres - ya que al gobierno de Luis Fortuño le encanta la analogía doméstica -, estos atletas utilizaron la sutil brusquedad del arte para transformar el estadio deportivo en un foro público y comunicar su mensaje a todos los espectadores.
La transgresión, además de ser la violación o el cruce de una frontera delineada por una norma, regla o ley social, es el reconocimiento de la norma, la regla o la ley. En el acto de la transgresión se encuentra el germen de una nueva frontera, de un nuevo límite constituido por una nueva norma, regla o ley. Los atletas han señalado un nuevo límite con su protesta, o más bien, han rescatado toda una tradición deportiva que la ficticia distinción entre política y deportes ocultó: la noción de que el atleta es parte, producto y partícipe de la sociedad que representa.
Así como Tommie Smith, John Carlos y Peter Norman en el podio de las Olimpiadas de 1968 en México, no hay poder estatal que silencie eternamente un acto justo y correcto que denuncia ante el mundo el colapso de una democracia. Puños alzados, tarjetas rojas al aire y con pies descalzos, que la conformidad nunca entumezca en silencio nuestros hambrientos cuerpos por democracia.
Imágenes: "1968 Olympics Black Power Salute" (1968). (De izquierda a derecha: Peter Norman, Tommie Smith y John Carlos)
Teresa Canino. "Tarjeta Roja para el Gobierno de Puerto Rico". Meta.pr, 18 de julio de 2010.
Notas:
(1) Utilizo la definición de imaginario de Edouard Glissant: la construcción simbólica mediante la cual una comunidad (racial, nacional, imperial, sexual, etc.) se define a sí misma o, añado yo, es definida por otros.
nuevamente muy buen articulo
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eternamente agradecida por este escrito, vuelvo a él de cada cierto tiempo, queriendo recordar aquellos días, aquellos días maestros, cuando no se sentía el miedo, se sentía la esperanza; y volver, me la devuelve. gracias.
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