Tuesday, March 1, 2011

Del mérito y la práctica intelectual - Juan Duchesne Winter

[Nota de enredo: Agradecemos al profesor Juan Duchesne Winter por aceptar nuestra invitación a colgar este comentario en nuestra red. Así como colgamos los ensayos de Juan Carlos Quintero-Herencia ("Para la catástrofe" y "La extrañeza peregrina: mudanza", presentamos el siguiente ensayo como aportación a las discusiones que se llevan a cabo en la comunidad universitaria.]
Goya. "Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer". (1810-1811)
Me parece excelente que 80 grados haya acogido expresiones como la de Arturo Torrecilla en sus páginas. Me identifico con muchas de las referencias intelectuales de este autor y amigo, y con su uso original de las mismas, siempre en diálogo con el contexto desde el cual él habla. Después de disfrutar el fino humor de las comparaciones del entrevistado, se me ocurren de momento, como para el tipo de comentario improvisado al que invitan estos foros en-línea, dos temas para rumiar e interrogar(se) un poco, para entretenerse pensando: 1) Discutir qué es el mérito, cómo se constituye eso que llamamos mérito, desde dónde, por quienes, para quienes (mérito a cuenta de qué y para qué); 2) Discutir de qué intelectual se habla. ¿Es que hay una absoluta congruencia entre el académico y el intelectual? ¿Es la academia todavía (si es que alguna vez lo fue) el foro institucional primario y privativo del intelectual?




El principio de mérito 


Hacerse merecedor o reconocer merecimiento es recibir u otorgar bienes a cambio de unos "logros" en determinados escenarios y prácticas con reglas y expectativas de cumplimiento, todo lo cual es histórico y relativo. La palabra "mediocre" hoy día se aplica a quien no posee distingos de mérito, que no destaca en cumplimiento de unas expectativas. Se será "mediocre" o no en relación a determinadas expectativas en un escenario dado. Por tanto, distintos paradigmas de comportamiento, distintas esferas y entendimientos de la práctica en cuestión (educación, deporte, política, etc.) tendrán sus criterios de mérito, es decir, sus respectivos elencos de "destacados" y "mediocres". 


No se trata sólo de que el mediocre en matemática pueda ser excelente violinista o sociólogo, sino que determinadas prácticas de un mismo campo responden a múltiples y diferentes sistemas de valoración. Para cierta práctica interpretativa un violinista puede carecer de todo mérito, mientras los posee dentro de otra. En un campo literario que valora el estilo y la gramática se canonizan unos dechados de mérito, en otro campo literario en que la gramática letrada no cuenta el buen estilista (en el sentido gramatical) será un mediocre. Claro, cada cual entonces deberá ser evaluado de acuerdo a la práctica en la cual se inscribe. 


¿Pero qué sucede cuando surge un diferendo o desfase crítico en el cual diferentes prácticas compiten o se desplazan sin que haya consenso mínimo sobre cuál ha sido el desplazamiento y según qué criterios se debe juzgar cada cosa?


La práctica intelectual y la universidad

Parece que esto es lo que está sucediendo con respecto a la Universidad en general. Es posible que la universidad ya esté dejando de ser el foro institucional que valida la práctica intelectual. Es posible que estén surgiendo otras concepciones no académicas y hasta anti-académicas de la práctica intelectual. Cabría preguntar, ¿es la carrera académica el medio para producir intelectuales y validar prácticas intelectuales en general? 



El sistema de méritos validador de un académico puede haber seguido un rumbo de tecnificación del pensamiento, de reducción del pensar a una serie de operaciones discursivas reglamentadas para producir ciertos resultados. Pero existen prácticas del pensar que no sólo hayan su mejor medio fuera de las instituciones académicas y universitarias, sino que son excluidas de la academia y tratadas como focos infecciosos o tóxicos. Es el caso, por ejemplo, del pensamiento salvaje que no se ciñe a las reglas indicadas para arribar a resultados positivos para la carrera académica.


Arturo Torrecilla invita a los académicos a reconocerse, a aceptar que su función en la institución académica no es ser militantes. Es un viejo reclamo y tiene su historia. Pero el cambio social e institucional existe gracias a que mucha gente no se ajusta a la función que les prescribe su institución, el cambio existe gracias al exceso maldito del que se dedica a hacer cosas para las que no ha sido contratado. ¿Son por fuerza mediocres todos los que no se ajustan al modelo de conducta académico dominante? ¿Son por definición mediocres todos los militantes de la actual huelga universitaria? 


Ciertamente hay que reconocer que muchas de las prácticas gestadas como virus que contaminan la sana academia se pasan por buen sitio los criterios de mérito de esa institucionalidad. Ahora se habla de una huelga, pero se puede hablar también de otras prácticas culturales. 


¿No será que se está produciendo otros modelos de mérito acordes a otras prácticas a las que se quiere ver sólo como exceso maldito desde el punto de vista intelectual tradicional? ¿No se estarán produciendo otras prácticas intelectuales que sobrepasan, o dejan de lado a la “figura” del intelectual. ¿Es que toda crítica o repudio al estatuto del intelectual viene de una suerte de zona indefinible de lo “mediocre” habitada por derechosos e izquierdosos estalinistas? ¿No será que algunos de los rechazos a la cultura intelectual convencional vienen también de otras prácticas emergentes de la intelectualidad que apuntan en una nueva dirección?

De la misma manera en que se puede reconocer que la función oficial del profesor no es ser militante, lo cual se puede reconocer estratégicamente de muchas maneras sin ceder en la militancia, también sería interesante reconocer que ya la academia no es foro validador de las prácticas intelectuales. Que la vía idónea para ser un intelectual mediocre sería la de ser un académico perfecto, a menos que se asuma estratégicamente que se va realizar una práctica excesiva con respecto a la institucionalidad oficial. Hay personas que tienen vocación de vida (de militancia, de estilo de vida, de creación y otras) fuera de su empleo. Su vida no es su empleo. Escogen el empleo que menos interfiera con su vocación. Es posible que la universidad todavía sea un empleo menos malo para quienes tengan determinada vocación de vida. 



Desde esa perspectiva los principios de mérito se desplazan y cambian las prioridades. Es lógico. Cada cual usa su estrategia. ¿Será que, como implica Arturo Torrecilla, todo eso se puede colocar en la oscura zona de la mediocridad?

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