La revolución neoliberal que se suscita en Puerto Rico no conlleva sólo la modificación de la economía y el trabajo sino es más bien una transformación de la vida misma, o como apuntó Anayra Santory Jorge, citando a Margaret Thatcher, “el objetivo [es] cambiar el alma”. Después de todo, las revoluciones políticas, sociales o económicas tienen como objetivo fundamental la súbita alteración de las variadas relaciones de poder, así como de las relaciones de producción y reproducción, las maneras en que imaginamos y simbolizamos nuestras vidas e interacciones, entre otras. En el país, muchos fracasaron en entender esto desde temprano y por ello las respuestas a las políticas del gobierno de Luis Fortuño estuvieron enmarcadas por una errada lectura del proceso como otra expresión más de la lucha de clases. Aplanaron los sucesos a un (no tan) simple choque de ricos versus trabajadores/pobres perdiendo de vista que los procesos eran más complejos y más extensos que eso.
Los cambios que impulsa el actual gobierno en Puerto Rico podrían leerse como parte de un proceso revolucionario pues conllevan “rapid, fundamental, and violent domestic change in the dominant values and myths of a society, in its political institutions, social structure, leadership, and governmental activity and policies”.[1] Fortuño y su equipo de trabajo se esmeran en: limitar los espacios de agenciamiento democrático, transformar los espacios públicos restringiéndolos o erradicándolos, imponer unos valores morales únicos (Tus Valores Cuentan), trastocar considerablemente y copar las estructuras gubernamentales y sus espacios de control (juntas de síndicos, tribunales, universidad), acelerar la expansión del control del sector privado en el gobierno mediante la venta o renta de infraestructura y servicios, etc.
Durante los pasados dos años y medio de gobierno se han efectuado cambios sustanciales a los espacios de participación ciudadana cuyos pilares se han valorado y protegido por décadas en este país: la libertad de reunión, organización y expresión. A la autogestión comunitaria como la del Caño Martín Peña, por ejemplo, se le retiró el escaso apoyo con el que contaban y se procedió a trastocar los procesos que ellos ya habían gestado. Una vez iniciada la segunda huelga estudiantil en la Universidad de Puerto Rico, la Policía de Puerto Rico procedió a demarcar unas zonas que serían territorio exclusivo para la libre expresión. Todo “libre” acto de expresión tendría que suscitarse únicamente en el área designada. En efecto, el Estado, mediante la agencia de la Policía, produjo un estado de excepción con el cual se limitaron derechos constitucionales y se empobreció profundamente el espacio público. Estas transformaciones no tienen que ver con una lucha de clases ni un choque económico sino con un cambio súbito en los valores hegemónicos de una supuesta sociedad democrática. No se trata de unos ricos extrayendo valor de la falta de participación ciudadana; se trata, más bien, de modificar la manera en que se practica nuestra democracia ausente.
La transformación de las leyes laborales mediante la Ley #7 fue analizada por la ciudad letrada de forma aislada a otros cambios como la eliminación de los espacios de agenciamiento comunitario, el empobrecimiento agudo de los espacios públicos, la eliminación de la colegiación compulsoria de la clase togada y de otros colegios profesionales, la implementación de un proyecto de indoctrinación de valores, la efectiva desregulación o regulación tímida de ciertos mercados (como el de construcción), etc. Si bien la Ley #7 representó una modificación de las relaciones de producción también pretendió alterar la manera en que los ciudadanos nos relacionábamos con el Estado. El meollo del asunto es que esta revolución neoliberal pretende alterar las maneras en que vivimos e interactuamos, dónde compartimos y cómo lo hacemos.
Santory Jorge resumió de forma contundente lo que se vive en el país y hasta en otras partes del mundo:
Desmantelar instituciones, bien sea haciéndolas desaparecer, como está planteado para los colegios profesionales; criminalizando ciertas formas de expresión y reunión en su seno, como ha sido el caso durante el conflicto universitario; o haciendo redundante el diálogo, como en el Tribunal Supremo de las mayorías garantizadas o en los amañados procesos de consulta para nombrar al Presidente de la Universidad de Puerto Rico; es privarnos de las poquísimas experiencias públicas del ágora. Estamos reduciendo la democracia –la real, como la llaman los españoles– a una experiencia privada, redimensionada para que quepa en los pocos espacios donde soy alguien para los otros: la mesa en las que se toman las decisiones familiares, la sala de clases en donde se conduce la discusión animada y respetuosa, o la asamblea de residentes o cooperativistas. Fuera de ahí vivimos con la nostalgia de lo que no alcanzamos. Como decía uno de los cientos de carteles en Plaza Sol, “me gustas democracia, pero estás como ausente.”
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Indignados en Barcelona, España |
La lucha por la vida
Las llamadas revoluciones primaverales en el mundo árabe, así como el desarrollo del movimiento de los indignados en España, pueden leerse mediante un prisma que vaya más allá de la lucha de clases. Se podría decir, incluso, que la lucha de clases llegó a su fin como motor de la acción política y que ahora vivimos una lucha por la vida misma. El terreno para el choque ya no es el laboro sino la biopolítica – el hacer vivir/dejar morir.
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Plaza Tahrir, El Cairo, Egipto |
Si bien los sindicatos han estado presentes en la primavera árabe o en las acciones concertadas en España, éstos han dejado de ser la punta de lanza de cualquier resistencia. Cuando el escenario de contención sobrepasa el taller de trabajo, el modelo de resistencia de la lucha de clases llega a su límite. Las transformaciones que se realizan en el Estado contemporáneo son mucho más extensas que la eliminación de derechos laborales. La composición de los espacios de gobernanza son mucho más complicados que ser el territorio exclusivo de una clase social. Vivimos en tiempos en los que el Estado expande su control sobre el cuerpo, se obstaculiza el acceso a la comida, la tierra y la salud, se criminalizan los espacios públicos de disenso y se centraliza el poder arrebatándonos la posibilidad de tomar parte de los procesos deliberativos y decisionales.
Para resistir este tipo de cambios no podemos amarrarnos a las estructuras añejadas del liderato personalizado, a los cultos a las figuras ni a los movimientos profundamente burocratizados. Se requiere un cisma de la noción del pueblo que entrega sus derechos al soberano para que actúe y decida por él; es momento de abrazar la posibilidad de un movimiento de multitudes que nunca se deshaga de sus derechos para que los ejerza de forma pro-activa.
En vez de que en cada trinchera haya una vanguardia que inspire a la resistencia popular y que los múltiples focos generen la presión necesaria en el Estado para que las fisuras del gobierno se agudicen hasta el punto del colapso, es fundamental que se organice un movimiento amplio que se nutra de la diferencia y la variedad. Sin cultos a la figura, ni líderes a quienes seguir, que sea un movimiento compuesto por la colaboración y la solidaridad de múltiples individualidades articulando una política de la comunalidad. No hay juego de “quinta y pon” que resuelva el meollo.
[1] Samuel Huntington, Political Order in Changing Societies (New Haven: Yale University Press, 1968), 264.
NO se si estás en el mismo barco que el Profesor Daniel Nina quien desde hace meses está haciendo un llamado para crear un Frente Amplio.
ReplyDeleteLas últimas dos reuniones alcanzaron una multitud de 200 personas.
Adjunto el link:
http://www.claridadpuertorico.com/content.html?news=9238FE06071AD2F7A1F0F2876D697B7B
Rakim Calderon
ReplyDeleteAunque yo no interpreto la lucha de clases como los obreristas o como cajones sociológicos. Y todavía veo en tal discurso una herramienta, para como desposeídos, poder comprender parte de nuestra condición de oprimidos y condicionados a vender nuestra fuerza de trabajo como mera mercancía a cambio de un salario. Así como sigue siendo un discurso atractivo para mi por su potencial “todavía” subversivo, ya que entiendo que nos sirve como herramienta para desbaratar la odiosa dictadura democrática totalizante.
Puedo entender que ya hace tiempo los antiguos métodos obreristas están caducos. Mas que un fin de la lucha de clases, yo seria partidario de enterrar el obrerismo y los vicios bolcheviques desde ya. Aun así, no niego que luego de leer el articulo, me entro el interés de dedicarme a estudiar el concepto de multitudes de Negri.
Eso si no puedo dejar de protestar en que siempre que se critica el neoliberalismo, tal critica me parece desde un ángulo todavía muy marxista-keynesiano en donde se habla con nostalgia y se nos pretende incitar a luchar por el paraíso perdido del estado de bienestar. Levantarnos ante la “revolución neoliberal” sin criticar su antecedente me parece una hipocresía. Simplemente porque no hay vuelta atrás, el neoliberalismo es una superación de un modelo ya caduco para los intereses del capital; toma algunas cosas otra las elimina completamente.
En fin, ni obrerismo, ni ciudadanismo. No caigamos de sobrevalorar al proletariado, al sobrevalorar el todos juntos pero inmóviles. No seamos partidarios de caer en el juego del poder, siendo una mera representación, una mera imagen de un moviendo que no existe. Contra el discurso democrático totalizante que nos dice hasta como luchar.