![]() |
William Wegman. "Foamy Aftershave (L- Foamy; R-Aftershave)". 1982. |
Dejemos en paz esas ideas, como las científicas o las referidas a gustos culinarios, que ni orientan nuestra existencia ni suelen enfrentarnos a muerte al prójimo. Pero adviértase que las otras ideas, las morales y políticas, no son repudiables tan solo cuando incitan al asesinato. Son malas también si justifican la explotación laboral o sexual, los abusos de poder, los tribalismos identitarios, el conformismo frente a la injusticia..., tantas cosas cuya lista sería interminable. Ya es hora de abandonar ese perezoso simplismo de que lo único malo en la vida pública es la violencia y que todo lo demás debe ser permitido. "Sin violencia todas las concepciones son legítimas", se ha repetido a coro en nuestro país ante el terrorismo. Pues no: aunque él mismo no hubiera disparado un solo tiro en su vida, la concepción política del señor Breivic desbordaría ilegitimidad por todos lados.
Es decir, solo comprendemos la maldad de ciertas ideologías cuando palpamos, a posteriori, sus efectos más virulentos y sanguinarios. Solo entonces empezamos a asustarnos, nunca antes. Al parecer no importa ni el veneno previo que han ido inoculando en la sociedad en sus sectores más sensibles, ni el desarme intelectual y moral que traen consigo. Y estos últimos son estragos incluso peores que los crímenes, no solo por ser mucho más extensos y ordinarios, sino también porque pasan sin réplica y acaban propiciando aquellos mismos crímenes.
La atmósfera prenazi (y pronazi) se formó gracias a la difusión de su ideología y al conformismo de esos pasivos "espectadores" que fueron los alemanes en su mayor parte. Las mentes más lúcidas de aquel momento han reconocido que desdeñaron a Hitler, ni siquiera se tomaron la molestia de leer Mein Kampf y, en consecuencia, no sabían después hacer frente al ideario nacionalsocialista.
La atmósfera abertzale vasca se ha gestado durante 50 años de siembra sistemática de dogmas etnicistas, de tergiversación de la Historia, de sumisión por parte de una izquierda confusa... y de silencio. Todo se callaba, salvo (y eso ya en épocas tardías) el atentado mortal; solo se condenaban los medios brutales, mientras los fines y sus dogmas básicos permanecían intocables. La mayoría aún no ha entendido que el mal causado en esa sociedad por ETA no acababa en sus asesinatos ni acabará con la desaparición de la banda. ¿O es que no lo estamos viendo en sus últimos herederos?
Podremos dudar entre tolerar y prohibir la exhibición pública de ideas tóxicas. Lo que no podemos es aplaudirlas ni desentendernos de ellas; pero entre nosotros han sobrado aplausos y prudencias harto interesadas. En casos extremos no cabe descartar la prohibición de una doctrina, programa o agrupación políticas que vomitan abiertamente contra los valores democráticos primarios y, por tanto, contra la libertad e igualdad de los ciudadanos o de un grupo particular de estos.
Ni el derecho a la vida es el único del catálogo ni el "prohibido prohibir" deja de ser un lema tan enfermizo como incoherente. Nada más estúpido que invocar el pluralismo para permitir decálogos o partidos que pregonan sin tapujos su intención de acabar con ese pluralismo. El pluralismo no tiene por qué acoger todo lo plural, por lo mismo que no todas las diferencias son valiosas. De manera que será un hipócrita quien se rasgue las vestiduras ante la menor sugerencia de censura en esta materia..., al tiempo que se despreocupa de la calidad de la conciencia ciudadana. Habrá que proponerse más bien reforzar esta conciencia si la queremos capaz de defenderse de aquellas soflamas.
Mientras no se traspasen esos límites de lo intolerable -del respeto de los derechos-, en cambio, lo habitual será la tolerancia hacia lo que nos molesta e incluso desafía. Ahora bien, tolerar no es solo reconocer el derecho de los otros a profesar una creencia o mantener una conducta contrarias a las comunes. Sería un dudoso tolerante, próximo a la mera indiferencia, quien por principio renunciara a mostrar su desacuerdo con el otro y, llegado el caso, a invitarle a discutir las discrepancias. Y es que el desacuerdo entre las gentes, claro está, exige mucho más que si entre ellas reinara la unanimidad.
El derecho del otro a ser tolerado demanda un deber legal de tolerar, pero no menos la obligación moral de afinar nuestro juicio acerca de lo que toleramos y por qué. Tampoco puede uno contentarse con reclamar el derecho a la libertad de expresión como este no venga con el deber de apoyar en argumentos las opiniones que expresa, al menos en lo que atañe a nuestra vida común. Nadie deberá pedirme cuentas de mis comentarios deportivos, pero cualquiera tiene derecho a exigirme responsabilidad por mis juicios políticos.
***
¿Me dejarán una coda final? De poco sirve que unos profesores exquisitos tengamos a John Rawls como pensador de cabecera, mientras no transmitamos su enseñanza a la opinión pública. Para este pensador, si en una sociedad se cultivaran ciertas doctrinas incompatibles con el ideal democrático, tarea de la razón pública sería "impedir que obtengan la suficiente difusión" como para comprometer la justicia política básica.
Y a todo esto, ¿qué responden nuestra escuela y universidad? Pues verá usted: casi nada la primera y todavía menos la segunda. Una Ética escolar que se propone la vaguedad de "educar en valores" y de hacerlo al modo de una "asignatura transversal", como si careciera de contenido propio, acepta de antemano el sambenito de maría. Aquella Educación para la Ciudadanía ya salió malparada de su batalla con los obispos, que no admiten otro adoctrinamiento que el suyo. Y en las aulas universitarias, la teoría de la democracia y materias afines se enseñan hoy a todo lo más en un par de asignaturas y facultades: para la mercantilización del conocimiento que busca el proceso de Bolonia ya es demasiado.
Al paso que vamos, los Breivic del futuro tal vez ya no necesiten perseguir a tiros a estudiantes, porque sus ideologías no hallarán muchos estudiantes que sepan resistirlas.
Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco.
El problema con la moral es la preguntapor el bien. Imponer el bien o prohibir el mal supone una certeza, como garantia, que usualmente es equivalente a lo que se quiere combatir. ¿ Acaso no es eso lo que promulga la derecha contra la izquierda y vice vera? Si no se lleva al campo de la ética (que implica critica, apertura y responsabilidad) se dejará a nivel del deber y sus corolarios: la imposicion y/o la culpa. En ese registro (moral) no hay relacion con el otro sino con tus ideales y tu propia mortificación.
ReplyDeleteEl problema es que bajo las Democracias no puede existir respeto a las diferencias o igual libertad. Yo confió en que esto lo entiendes muy bien aunque utilices la terminología; democracia, ciudadano, derecho. El respeto a la igual libertad es un principio totalizarte, no permite un afuera de esta ley absoluta de por si.
ReplyDeleteEl pluralismo no acepta nada que pretenda negar este pluralismo. Pero lo que hay que tener en cuenta es que las sociedades “democráticas” se conciben así misma como pluralistas. Ejemplo de esto fue la huelga estudiantil en la cual el Estado pretendía proteger el derecho de los estudiantes que deseaban estudiar, así como el de los estudiantes huelguistas delimitando un espacio para la “libre expresión”. El estado de por si jugaba al pluralismo para utilizar este discurso en contra de aquel sector que pretendía romper con ese “falso pluralismo democrático”.
Las democracias son engañosas porque utilizan el discurso jurídico para encubrir la lucha de clases, pero más que esto las complejas relaciones de poder que terminan construyendo complejos sistemas de dominación.
Y por ejemplo; ¿en un movimiento diverso de multitudes en donde el reformismo tendrá la hegemonía, hay que reprimir a las minorías radicales? Yo creo que esto no podrá ser un tema nunca acabado.
Si no vamos a matar a Dios del todo, pues dejémoslo en eterna agonía …