Sunday, January 8, 2012

Guardianes del olvido

¿A dónde va la mirada luego que navega las turbias aguas entintadas de una página o el modesto destello de un píxel? ¿Qué se hace con la idea que emana como aura del entramado sistema de producción inmaterial?

Mucho se escribe en la prensa o en los muros de las redes sociales sobre “la memoria histórica”. También se comenta de boca en boca cual mito fundador de mitos, paradigma de patologías coloniales: “es que la gente no conoce su historia”. Empero, ¿qué es la historia o qué es la memoria? ¿Quién posee la autoridad (¿moral, ética?) suprema para dictar qué se recuerda y qué se olvida? ¿Quién hizo al enunciante en portaestandarte de la pureza del récord histórico?
 La condena suele ir dirigida en una dirección, a ese Otro ignorante y olvidadizo que se deja embobar con el espectáculo mediático del “escándalo del día”. Pero, ¿acaso el espectáculo no cobra una dimensión mayor cuando el verbo ilustrado dedica extensos espacios con una crítica al espectáculo mismo? La crítica no logra romper la demarcación del territorio público que ejecuta la prensa comercial. Al fin y al cabo, se discute lo que determinado periódico “nacional” o emisora radial presenta. La crítica, en su esfuerzo por transgredir la demarcación de lo público y re-contextualizar lo discutido, re-valida lo que condena y re-define la frontera: con el espectáculo todo, contra el espectáculo nada.

Interesantemente, la crítica se arma como expresión de la pureza del “saber”, de quien realmente conoce las complejidades del juego mediático. La voz autoritaria, digo, autoral, delinea con seguridad y certeza los contornos del cuerpo público. Ésta decide por el lector qué se debe y puede recordar, obviando en el proceso que el recuerdo requiere del olvido. No es posible rememorar algo en su totalidad ya que ésta es esquiva, fluida e inaprensible. Lo que está en juego es, entonces, la función de vigilantes, de servir como cancerberos del olvido.

Cierta arrogancia del “saber” está en su presunción de autoridad en decidir quién sabe y quién no. Cuando se articula algo que incomoda a esos mismos que “saben”, se procede al tratamiento del silencio o, peor aún, al ataque personal. El ejercicio aquí es controlar el espacio de discusión pública a unas pocas personas autorizadas a hablar. El germen del malestar que genera alguna idea procede a ser reprimido y la idea se invisibiliza como si nunca hubiera sido planteada. De atenderse, se procede a su caricaturización. Cualquier expresión de disenso se erradica mediante el olvido, con su depósito en los escombros del pasado.

En el país hay un esfuerzo continuo por olvidar aquello que incomoda. Los espacios se monopolizan y se arman en un juego inmaterial de real politik. La diversidad se atropella y el coro se construye con un monótono cántico de redundancias. Es imperioso recordar, aunque sólo lo que los guardianes del olvido permitan cruzar el portal. El resto, que quede para los escombros de la catástrofe.    

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