Pestañeo. Anticipo el cansancio de mi mirada que inevitablemente triunfa sobre el paisaje. ¿Será la arena que cubre lo ancho y largo de este recinto lo que provoca la clausura? Las dunas ocultan la acumulación de cuerpos torcidos, de cicatrices cubiertas en sal. El cadáver exquisito es mucho más que un juego apalabrado. Es el proceso degustador mediante el cual nos alimentamos. Una ejecución culinaria impecable amortigua el sabor a carne quemada.
A mi espalda, las pencas colapsan cual puños agotados de apuntar hacia el cielo. El viento agita a la palmera y el ruido que produce penetra los pasillos. Se multiplican los monumentos olvidados, las paredes pobladas de graffiti dejan de ser objetos del voyeur. No hay quien las desee, sólo grietas que las abren al sol. Letras seguidas por espacios y espacios seguidos por roturas en el concreto. En cada esquina quedan huellas, marcas que sugieren existencia previa, pero que ahora se ofrecen como guiños a la nada, al vacío.
La yerba crece orgullosa de su altura, alegre de poder mirar la tierra a sus pies. Entre cada matojo yace el alambre, la gruta hacia el hambre, la púa que brota del nudo en tu estómago. Del metal cuelga la carne. La bandada de changos observa la pelambrera: el hambre que pela y alambra el fin continuo e inacabado de una era.
Entre zombies y fantasmas de lo que fue y lo que a duras penas se soñó. La palabra es a duras penas un verbo capaz de ilustrar la cara del desierto de lo real. No hace falta mito de Armagedón ante el triste espectáculo de la huella del Alma Mater. Oda al sepulcro del aula muerta.
ReplyDeleteAsí se siente entrar a la IUPI. Lo único que vale la pena son los estudiantes que siguen resistiendo a pesar de que se les sigue maltratando. ¿Quiénes resucitarán esos huesos si las voces del desierto han sido acalladas?
ReplyDeleteMilton dice: "la iupi no existe"
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