El gesto de nombrar persigue evocar y proyectar ciertos destellos significativos en lo nombrado, aunque no los controla del todo. Hablando sobre la fotografía, Susan Sontag establece que para que ésta se convierta en evidencia del acontecimiento real debe primero recibir nombre porque de esa manera se caracteriza.[1] Nombrar es, por lo tanto, como el acto de mirar que nos sugiere Antonio Tabucchi: "[e]l hombre no se siente mirado y se vuelve, por ello, un poco inexistente. La idea de ser mirado confiere a la existencia cierta plenitud".[2] La historia, como producción discursiva y como proceso, no es distinta a esta noción de nombrar y mirar. El ejercicio historiográfico, aunque siempre abocado hacia el fracaso, finge poder caracterizar y otorgar cierta plenitud a aquello que re-presenta. Algunos historiadores o historiadoras persiguen fijar para el futuro los motivos, las causas y efectos que se sucedieron en el pasado. Por ello, cualquiera que fueran los términos empleados nos sugieren posibles surcos que navegar, así como ángulos desde los cuales emprender el viaje. Y en ello reside un fragmento de lo que sugiero significa la historia: una travesía.
Cuando se habla de la historia, la conversación suele tomar cierto aire de autoridad puesto que quién en su sano juicio retaría los dictámenes y juicios de ésta. El tribunal, al parecer para muchos y muchas, forma un elemento clave de la disciplina. En y con ella se articula un espacio discursivo que procura con-figurarse como fuerza irrefutable que documenta lo sucedido. Esta historia, como rama del saber y como proceso, le da forma al pasado y lanza sobre él un aura de control que pretende fijar eventos, nombres, fechas y causalidades. La fuente primaria sobre la cual se edifica el ejercicio historiográfico se toma como medio invisible. “¿Qué dicen los documentos?” suele ser la pregunta inicial. Más, dónde está la problematización de quién y para quién se cuestiona el documento, cuáles son los dispositivos ideológicos del productor del documento y de quien lo lee. “El resto es historia”.
Esta frase siempre me ha provocado una gran tensión ya que a lo que suele apuntar es a lo innegable del pasado, a que lo que hay que decir respecto a algo, alguien o algún evento ya está escrito. Mas, hay algo en dicha expresión con lo que coincido y es esta lectura de la historia la que vengo a proponerles hoy.
La historia es el excedente, el exceso, el cadáver, el arma y los rastros en la escena de un crimen. Perdón, permítaseme una corrección. La historia es la escena propiamente dicha. Ese es el resto que para mí es la historia. Pienso, por lo tanto, en esa sentencia contundente de Walter Benjamin, quien navegaba en búsqueda de alguna salida, algún refugio de las turbias aguas del totalitarismo nazi: "To articulate the past historically does not mean to recognize it “as it really was” (Ranke). It means to seize hold of a memory as it flashes up at a moment of danger".[3]
El peligro está en olvidar la contingencia del crimen por sobrecargar el deseo en rememorar al crimen mismo, aquel acto en el que múltiples miradas convergieron y chocaron en la construcción de un evento. ¿Qué mayor destello que el cruce de atisbos, guiños y párpados cerrados, o que la iluminadora ceguera provocada por el fulgor de la contención apalabrada?
La historia es la ficcionalización de la realidad, de lo vivido y de lo experimentado, no porque no haya existido sino porque no sucedió como lo presentamos. Esto no significa que hay un falseamiento de lo sucedido, que se predique un evento sobre premisas falsas, sino que no existe manera de tener acceso directo ni total al evento tal cual sucedió. Toda historia sigue ciertas estructuras narrativas mediante las cuales fingimos (una de las acepciones de ficción) que los sucesos tuvieron lugar como decimos.
Habiendo atendido el escabroso entramado que es la historia, o mas bien lo que es para mí la historia, quiero presentarles lo que considero es uno de los retos fundamentales a la disciplina en el giro digital: la integración de los nuevos medios sociales y en base a ello un replanteamiento de lo que es la disciplina.
Así como durante las décadas de 1960 a 1980 se habló y aún hablamos de una especie de giro lingüístico,[4] sugiero que nos encontramos en medio de un giro digital. En el primer giro –no se tome esto como que cada giro responde a alguna especie de progresiva etapa histórica– se enfatizó la manera en que el lenguaje no es un medio neutral ni transparente para comunicar la realidad sino que es un medio por el cual hacemos la realidad. El actual giro digital conlleva el desdoblamiento de nuestras vidas “reales” y las “virtuales” al punto que es difícil concebir una sin la otra. Ni hablar de distinguirlas. De igual manera, hay una transformación en la materialidad de las fuentes documentales –esa tortuosa tarea de acumular papeles, carpetas, cajas o de transcribir y fotocopiar– por la impermanencia e inmaterialidad de los flujos de información digital y de la red. Aquella importante forma de medir nuestras vidas, el tiempo, se encuentra atravesada por el giro digital. Se produce, entonces, el irregular colapso de las temporalidades de larga duración y se nos “impone” la hegemonía de una inmediatez que se desboca por su fugacidad.
Por medio de mi tesis espero demostrar cómo los medios sociales y otros sitios de Internet pueden utilizarse como fuentes primarias para un trabajo historiográfico. Como documento histórico, los medios sociales, ese grupo de programas/aparatos basados en su conectividad a Internet que se edifican sobre los cimientos ideológicos y tecnológicos de la Web 2.0, y que permiten la creación y el intercambio de contenido creado por la labor de sus usuarios,[6] sirven como registros de una gran variedad de prácticas (ciber)sociales y de relaciones de poder que contribuyen al enjambre que conocemos como la sociedad red. Son, además, procesos de re-producción de lo “real” y lo “virtual”. Los propios procesos de producción son en sí mismos productos de relaciones sociales que arrojan luz, o sombra, sobre cómo sus productores-usuarios re-presentan sus vidas, así como las relaciones que las componen y los con-textos que las entraman.
Utilizando el evento y el vídeo del asesinato con sus subsiguientes interpretaciones, armé un relato sobre cómo la utilización de los medios sociales en Puerto Rico ha contribuido en la configuración de un contrapúblico al público hegemónico proveyendo “un” espacio –más bien una red de espacios– y una serie de prácticas con el propósito de vigilar al Estado en su ejercicio coercitivo del poder. Como escenario de las relaciones de poder, Internet potencia la creación de lieux de memoire, según lo propone Pierre Nora,[7] mediante los cuales se construyen límites simbólicos al monopolio de violencia del Estado lo que da paso a futuros retos de legitimación o transgresiones del poder estatal.
En su ensayo “The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction”, Benjamin discute la transformación a la que es sometida la obra de arte en su tiempo (1936). El agónico cambio del valor de culto por el valor de exhibición es, según el autor, una de las modificaciones de gran envergadura en la era de la reproducción mecánica. Este cambio significa que el valor del arte recaerá principalmente en su práctica política. Dicha práctica afectará igualmente a la re-producción digital de los medios sociales. Aunque atravesados por el peligro de su fugacidad, los medios sociales posibilitan la re-producción de la escena del crimen más allá de lo que los medios de comunicación tradicionales permiten o les interesa. Remediando a Benjamin propongo, entonces, que en la era de la re-producción digital los medios sociales conmueven al espectador y los reta de una forma innovadora.[8]
Viviendo en tiempos de profunda agitación, ambigüedad y transformación social, las elaboradas y múltiples plataformas de interacción virtual fungen como espacios desde los cuales se arma y se efectúa ese reto. La experiencia material de la carne se ve atravesada por la vivencia in-corpórea del mundo cibernético. Para dar sentido de los eventos contemporáneos será indispensable la utilización de fuentes documentales (digitales) producidas en los flujos informáticos de la red. La persistente y acelerada integración de los medios sociales e Internet a la cotidianidad convierte a ambos en una especie de registros de las prácticas del día a día que nos propuso Michel de Certeau.
Ello no significa que su integración y reconceptualización como archivo para la práctica historiográfica carezca de problemas, sutilezas y complejidades. Lo fundamental, me parece, está en plantearnos el debate sobre el uso y la recepción de la tecnología, de los medios de información y de los discursos. ¿Qué lecturas hacen y producen los ciudadanos o los internautas sobre lo que sucede en el país, en la región, en el mundo y en la red? ¿Cómo definen y construyen determinados eventos? ¿Cómo se posicionan en torno a estos y en relación a los agentes que los producen?
La escena se transforma frente a nuestros ojos y en nuestras manos está el arma para decodificar y recodificar lo sucedido. ¿Tomaremos nota de las herramientas a nuestra disposición o seguiremos entramados, envueltos en un trama que se nos presenta cual si fuese el cristal transparente de la realidad?
* Charla ofrecida el 9 de febrero de 2012 en el Centro
de Investigaciones Históricas, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Notas:
[1] Susan Sontag, “La caverna de Platón”, en Sobre
la fotografía, trad. Carlos Gardini y Aurelio Major (1981; reimp., Ciudad
de México: Alfaguara, 2006), 36.
[2] Cita de una entrevista realizada a Antonio
Tabucchi en Enrique Vila-Matas, “Viajar, derrumbarse del sueño (Antonio
Tabucchi)”, salonKritik, 7 de febrero de 2011,
http://salonkritik.net/10-11/2011/02/viajar_derrumbarse_del_sueno_a.php
(accesado 24 de enero de 2012).
[3] Walter Benjamin, “Theses on the Philosophy of
History”, en Illuminations, trad. Harry Zohn (1968; reimp., New York:
Schocken Books, 2007), 255.
[4] Véase el trabajo de Ludwig Wittgenstein,
Jacques Derrida, Julia Kristeva, Richard Rorty, Michel Foucault, Hayden White,
Jean-François Lyotard y Michel de Certeau, entre otros y otras.
[5] Por violencia me refiero a las definiciones que
se proveen en Slavoj Žižek,
Violence (Nueva York: Picador, 2008): la violencia subjetiva, objetiva y
simbólica. La violencia subjetiva es aquella
que es realizada por un agente humano claramente distinguible contra otro
agente humano. La violencia objetiva es la que se encuentra en el estado
"normal" de las cosas, es la violencia ideológica y sistémica que
dicta lo que es la "normalidad" y en contraste con ésta es que
medimos y nombramos la violencia subjetiva. Por último, la violencia simbólica
es la que cobra forma en el lenguaje y sus formas.
[6] Andreas M. Kaplan y Michael Haenlein,“Users of
the world, unite! The challenges and opportunities of social media”, Business
Horizons 53, no.1 (2010): 61.
[7] Pierre Nora, “From Lieux de mémoire to Realms
of Memory”, en Realms of Memory: Rethinking the French Past, Vol.1 –
Conflicts and Divisions, ed. Pierre Nora (New York: Columbia University
Press, 1996), XVII: cualquier entidad significativa, ya sea material o
inmaterial en su naturaleza, que por fuerza de la voluntad humana o el trabajo
del tiempo se ha convertido en un elemento simbólico de la herencia memorial de
determinada comunidad.
[8] Walter Benjamin, “The Work of Art in the Age of
Mechanical Reproduction”, en Illuminations, trad. Harry Zohn (1968;
reimp., New York: Schocken Books, 2007), 226.
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